Visitar St Kilda era un sueño. Esta mañana de primavera, estamos a punto de cumplirlo. ¡Y de qué manera!
Los últimos fragmentos de la isla de Lewis y Harris desaparecen en el horizonte y, con ellos, el sol que comenzaba a bañar la costa.
La niebla nos engulle y el oleaje, hasta ahora calmado, gana intensidad por momentos. En cuestión de minutos, nuestra embarcación se balancea en el océano como si fuera un barquito de papel. El viaje no ha hecho más que empezar.
Nos dirigimos al lugar más remoto de Escocia, un archipiélago inhóspito y fascinante que forma parte del Patrimonio cultural y natural de la humanidad. ¿Nos acompañas a descubrirlo? ¡Sube al barco y vamos a visitar St Kilda!
Visitar St Kilda, el archipiélago escocés del fin del mundo
St Kilda, el archipiélago más remoto de Escocia
Si abres un mapa de Escocia, es probable que el pequeño archipiélago de St Kilda no aparezca hasta que hagas zoom. E, incluso entonces, será poco más que una mota en mitad del océano.
St Kilda está situado en el Atlántico Norte, a más de 60 km al oeste de las islas más cercanas, las Hébridas Exteriores, y a más de 150 km de la Escocia continental. Está formado por cuatro islas principales:
- Hirta es la mayor isla y la única que los viajeros podemos visitar. Fue allí donde los isleños construyeron sus hogares y vivieron durante siglos.
- Dùn, Soay y Boreray son islas escarpadas y repletas de acantilados que los isleños utilizaban solo para cazar aves marinas o para que las ovejas pastaran.
Los habitantes de St Kilda
Y es que, a pesar de tratarse del lugar más remoto de Escocia, St Kilda estuvo habitado durante milenios: desde tiempo prehistóricos y hasta que, en 1930, los últimos 36 habitantes pidieron que los evacuaran.
La historia de los isleños es, sin duda, el aspecto más fascinante de St Kilda. Una comunidad que, a pesar de ser reducida (se calcula que, como máximo, en la isla llegaron a vivir 180 personas a la vez), sobrevivió durante siglos en un entorno extremo y hostil y aprendió a aprovechar hasta el último de sus recursos.
La parte de la historia que conocemos comienza cuando St Kilda pertenecía a los MacLeod de Harris. Una vez al año, un representante del clan visitaba el archipiélago para recaudar el alquiler, que los isleños pagaban en forma de aves marinas, ovejas, cereales y pescado.
Y es que, durante buena parte de su historia, en St Kilda no existió el dinero: los isleños obtenían todo lo que necesitaban de su entorno y trabajando muy duro.
Aunque tenían ovejas, algunas vacas y tierras, la ganadería y la agricultura eran una pequeña parte de los recursos. La pesca, con un océano y un tiempo impredecibles, era demasiado arriesgada durante buena parte del año. Entonces, ¿de qué vivían los habitantes de St Kilda?
Su fuente principal de alimento eran las aves marinas. En especial, los alcatraces, fulmares y frailecillos, cuyas colonias en las islas de Dùn, Soay y Boreray son algunas de las mayores de Europa.
De marzo a septiembre, en época de cría, los isleños organizaban expediciones desde la isla de Hirta para cazar miles y miles de aves, de las que aprovechaban hasta la última pluma: la carne, los huevos, el aceite para usar como combustible…
Para decidir a quién correspondían la caza y las demás tareas, los hombres de St Kilda organizaban una especie de parlamento diario.
Se reunían a primera hora de la mañana y, entre todos, decidían qué actividades eran prioritarias durante el día y quién se encargaría de ellas.
El declive y la evacuación de St Kilda
Aunque la vida en Hirta debía ser dura, ya ves que los isleños sobrevivieron durante siglos en harmonía con el entorno. ¿Qué cambió para que se produjera la evacuación de St Kilda?
Hasta el siglo XVIII, el archipiélago vivía en un aislamiento casi absoluto de Escocia. Tanto, que cuando tras el último levantamiento jacobita se pensó que el príncipe Bonnie Prince Charlie había huido a St Kilda y algunos escoceses llegaron a las islas para comprobarlo, los isleños no sabían a qué se referían: ¿levantamiento jacobita? ¿Príncipe?
Pero, aun así, el mayor cambio llegó en el siglo XIX, cuando comenzaron a organizarse viajes en barco de vapor desde la Escocia continental.
Las islas y sus habitantes despertaban la curiosidad de los viajeros (y no siempre en el mejor sentido, ya que a menudo se vendía la imagen de ‘salvajes’), pero, por desgracia, el turismo cambió el modo de vida de los isleños.
La llegada de los visitantes supuso, además de enfermedades que mermaron la población, que los habitantes de St Kilda comenzaran a ganar dinero a través de la venta de huevos, guantes y bufandas de tweed... Asimismo, ese dinero les permitía adquirir nuevos materiales y objetos que su entorno no les proporcionaba.
Además, durante la Primera Guerra Mundial, la Royal Navy construyó una pequeña base de comunicaciones en Hirta, y sus barcos también llevaban provisiones a la isla.
Del aislamiento casi completo hasta el contacto diario con visitantes. Los isleños, hasta entonces autosuficientes y adaptados al entorno, comenzaron a depender de otros.
Tras la guerra, cuando la marina dejó la isla, la sensación de aislamiento se instaló entre los habitantes. Tras haber crecido en contacto con ese otro mundo, la mayoría de jóvenes decidió abandonar el archipiélago. De los 73 habitantes que St Kilda tenía en 1920, en 1930 quedaban solo 36.
Con un futuro más incierto que nunca, los isleños decidieron pedir la evacuación. El 29 de agosto de 1930, los últimos 36 habitantes de St Kilda decían adiós a su hogar y navegaban hacia una nueva vida en la Escocia continental.
La última nativa de la isla, Rachel Jonhson, murió en 2016. Cuando visitamos St Kilda, nos conmovió ver que varios de los nativos que pasaron sus últimos días en otros lugares del mundo están enterrados en el cementerio de la isla de Hirta.
Cómo visitar St Kilda
Desde 1986, St Kilda es Patrimonio natural de la humanidad de la Unesco, y desde 2005, también cultural. Se trata del único lugar de Escocia con este doble reconocimiento.
Hoy en día, el archipiélago pertenece al National Trust for Scotland y, aunque está casi deshabitado, en la isla de Hirta viven algunas personas: los trabajadores de una pequeña base militar y, durante el verano, arqueólogos, científicos y voluntarios que estudian el entorno.
¿Te gustaría visitar St Kilda? Los viajeros tenemos la oportunidad de desembarcar en la isla de Hirta con una de las compañías que ofrecen el trayecto de un día, aunque no es sencillo.
- Las empresas de viajes de un día a St Kilda operan desde la isla de Lewis y Harris (trayecto más corto – las empresas son Sea Harris y Kilda Cruises) y desde la isla de Skye (trayecto más largo – la empresa es Go to St Kilda).
- Los barcos operan solo de abril a septiembre, ya que, en invierno, las condiciones marítimas son demasiado duras.
- Aun así, el tiempo es imprevisible y las salidas nunca están garantizadas. Para cualquier reserva que efectúes, te darán una ventana de 2 días. Lo habitual es que, de esos 2 días, solo se pueda navegar 1 (y, en casos extremos, ninguno), por lo que necesitarás estar disponible para ambos días. Te avisarán el día anterior.
- Además, los barcos tienen pocas plazas (unos 12 pasajeros) y se agotan rápido. Si solo encuentras plazas en standby (reserva), significa que podrás navegar siempre y cuando el barco pueda salir ambos días en esa ventana de 2 días. Nosotros teníamos plaza de reserva y, finalmente, el barco pudo navegar ambos días.
- El viaje es muy caro (nos costó £185 por persona más £5 por desembarcar en Hirta que cobra el National Trust for Scotland).
- Nosotros hicimos el viaje con la empresa Sea Harris, saliendo de Leverburgh (Harris) a las 8 de la mañana y regresando hacia las 7 de la tarde. Tuvimos unas 5 horas en la isla.
- Ten en cuenta que en la isla no hay ningún tipo de servicio, así que tienes que llevar encima la comida y bebida necesarias.
- Es importantísimo que vayas bien abrigado y equipado. Las temperaturas en St Kilda son bajas y el viento suele soplar con muchísima fuerza, así que necesitarás impermeable con capucha, varias capas de jersey, botas impermeables y, a poder ser, también gorro.
Nos gustaría poder contarte que el viaje a St Kilda fue una experiencia inolvidable, pero lo cierto es que el trayecto fue durísimo. A pesar de que en Lewis y Harris había salido el sol, cuando dejamos atrás la costa el océano comenzó a enfurecerse.
Aunque la cabina es cerrada y los asientos, cómodos, pronto el barco saltaba con tanta intensidad por encima de las olas que, incluso con los cinturones abrochados, los pasajeros nos movíamos como marionetas.
Habíamos leído que es un viaje en el que mucha gente se marea, y dicho y hecho: Angie (y otros de los pasajeros, además de pasajeros de otra compañía que más tarde conocimos en la isla) pasaron las 3 horas de trayecto vomitando tanto a la ida como a la vuelta.
Por suerte, los trabajadores de Sea Harris están acostumbrados y nos cuidaron lo mejor que pudieron, pero el trayecto fue interminable y, a día de hoy, yo (Angie) no me atrevería a repetirlo con las mismas condiciones meteorológicas.
Con eso no queremos desanimar a nadie, ya que visitar St Kilda es una experiencia única y no nos arrepentimos en absoluto de haber conocido la isla.
Tan solo pretendemos compartir nuestra experiencia al completo y animarte a que, si tienes tendencia a marearte, tomes antes algún medicamento y estés mentalizado de que, si hace mal tiempo, el viaje hasta allí puede ser duro (y, al revés: estamos seguros de que, con buen tiempo, debe de ser mucho más llevadero).
Qué hacer en St Kilda: la isla de Hirta
Un poquito antes de llegar a la isla de Hirta, nos hicieron subir a unos pequeños botes, en los que navegamos los últimos metros.
Los barcos no pueden atracar en la isla para proteger el ecosistema: si algun ratón o rata llegara desde la Escocia continental, podría poner en peligro a la población de aves marinas.
Nada más poner los pies en Hirta, el ranger (el cuidador) nos dio la bienvenida, nos contó más sobre la isla y nos aconsejó, dada la niebla que lo engullía todo ese día, que no hiciéramos ninguna excursión.
Como las demás islas, Hirta es hogar de acantilados abruptos, y para recorrer sus partes más montañosas es imprescindible tener visibilidad.
Así, pues, nos esperaban cinco horas junto a la bahía con el cuerpo aún sacudido por el océano. ¿Qué se puede hacer en St Kilda?
- Lo primero que encontrarás al bajar del barco serán una antigua iglesia y la escuela, además de los únicos baños de la isla. Son de los pocos edificios donde puedes refugiarte en caso de que, como a nosotros, te toque un día de frío y mal tiempo.
- Pronto encontrarás el pueblo de St Kilda, Village Bay. O el pueblo que ha sobrevivido hasta nuestros días, ya que se cree que los habitantes vivieron en distintas áreas de Hirta y que los hogares que vemos hoy en día se construyeron a finales del siglo XIX.
La hilera de casitas bajas frente a la bahía es la imagen más evocadora de St Kilda. Y, en un día de niebla, por partida doble. Algunas no son más que ruinas, mientras que otras están restauradas y sirven de hogar para los voluntarios.
- Uno de los hogares contiene un pequeño museo sobre la isla con multitud de información. Es el único lugar con calefacción, así que pasamos allí más tiempo de lo previsto, absorbiendo todos y cada uno de los detalles sobre St Kilda… ¡y un poquito de calor!
- Esparcidas por el terreno, verás distintas construcciones de piedra. Las más comunes son los cleitean, una especie de cabañas de piedra únicas de St Kilda que se cuentan por cientos. Las construían con piedras planas y un tejado de turba, de modo que permitían el paso del viento, pero no de la lluvia. Dentro, se almacenaban alimentos y objetos cotidianos: cereales, aves en conserva, huevos, redes de pesca…
- Cuando nos asomamos a muchos cleitean, nos recibieron decenas de esqueletos de ovejas. La isla de Hirta está habitada por una raza única y primitiva de ovejas de color marrón.
Vivían en los acantilados de la isla vecina de Soay, pero, con la evacuación, trasladaron algunas a la isla de Hirta y la población se multiplicó rápidamente.
Hoy en día, son salvajes y las encontrarás por toda la isla, pastando y brincando entre las piedras. Aunque verás que están etiquetadas, porque desde hace décadas son motivo de estudio, viven (y mueren) en completa libertad.
- Otra construcción muy curiosa es la House of the Fairies, ‘el hogar de las hadas’. Creen que se construyó alrededor de 500 a.C. y, aunque no se conoce el propósito, dentro encontraron huesos, objetos cotidianos e incluso objetos vikingos.
- Si visitas St Kilda en un día de buen tiempo, dicen que una excursión imprescindible es subir al Conachair, la cima más alta del archipiélago. El ascenso es de unos 460 metros y, desde arriba, disfrutarás de las vistas de las islas de Boreray y Soay. Además, por el camino verás la imagen más emblemática de la bahía de Hirta con el pueblo moteando el paisaje.
En la web de Walkhighlands tienes la excursión paso a paso; recuerda bajarla al móvil para poder acceder sin conexión. - Si decides hacer senderismo, cuidado con el págalo grande (great skua), un ave que puede ser agresiva en época de anidación. Para ahuyentarla si vuela hacia ti, lleva gorro y, a poder ser, bastones de trekking.
- Un poquito antes de que el barco de vuelta recoja al grupo, junto al muelle abre durante un ratito la (diminuta) tienda del National Trust for Scotland, donde podrás comprar alguna postal o recuerdo de St Kilda.
Qué hacer en St Kilda: las islas de Soay y Boreray
Antes de desembarcar en Hirta, en el cielo aparecieron decenas de alcatraces que aleteaban alrededor del barco. En los acantilados y en la isla, pudimos avistar también un sinfín de fulmares, ostreros y otras aves.
Aun así, las mayores colonias de aves marinas habitan en las demás islas del archipiélago (son de las más importantes de Europa).
Así que, tras nuestras andanzas por Hirta, de nuevo en el barco, el capitán puso rumbo a las islas vecinas.
Esta fue una de las partes más espectaculares del viaje a St Kilda. Navegar cerca de la isla de Soay y ver a las ovejas salvajes trepando por acantilados imposibles, en completo aislamiento desde hace siglos.
Intentar adivinar los senderos por los que los isleños escalaban entre piedras escarpadas para cazar aves, una tarea que, en un día de niebla y viendo desde el océano la altura de los acantilados, se nos antojaba como una locura impensable. Y que, sin embargo, los habitantes de St Kilda llevaban a cabo con éxito.
Contemplar a miles de alcatraces (gannets), frailecillos (puffins), alcas (razorbills) y fulmares sobrevolar los peñascos de la increíble isla de Boraray, en busca de alimento para sus polluelos.
En ese momento, no pudimos evitar recordar el viaje a la Bass Rock, cerca de Edimburgo, otra experiencia memorable.
Tras navegar junto a las islas del archipiélago, nos esperaba un largo viaje de vuelta a Lewis y Harris. Un trayecto tan o más duro que el de ida… pero también cargado de sentimientos.
De admiración por un pueblo que encontró el equilibrio en una naturaleza extrema e inhóspita. De desolación por imaginar los largos inviernos en las islas, con un océano y un viento furiosos como única compañía y unos acantilados inacabables como fuente de alimento.
Y de agradecimiento por haber podido visitar St Kilda, uno de esos sueños lejanos que guardas en algún rincón y que aquel día, bajo las olas danzantes del Atlántico, se hizo realidad.
Cuéntanos, ¿conocías la historia del archipiélago y te gustaría visitar St Kilda algún día? Si ya has estado en las islas, ¿cómo fue la experiencia?
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2023. Me ha fascinado tu articulo y las imágenes son espectaculares, llegue hasta aquí, buscando información sobre la leyenda griega de Hiperbórea, y encontré que fue identificada con Gran Bretaña,o la isla de Lewis aunque podría ser otra su ubicación, de cualquier forma termine en tu pagina y me llevaste a un maravilloso viaje virtual, que no podría definitivamente realizar en esta vida.
Gracias
Me ha encantado leer el artículo. El padre de R estuvo ahí el año pasado (creo) y acampó dos noches. Nos contó una historia increíble sobre otras dos personas que acamparon también allí una noche. Habían llegado en kayak (uno de ellos ciego) desde no sé dónde. Flipante.
Debe de ser precioso, pero soy de las que se marean con facilidad. No sé si me atreveré…
¡Muchas gracias, Irene! Cuando estuvimos, también había un par de personas acampadas, y con el tiempo que hacía me pareció que tenía que ser durísimo y que yo no hubiera aguantado ni el día entero. Y, si además llegas con tu propia embarcación, tiene aún más mérito…