Esta es una reflexión de nuestra experiencia como expatriados en Nueva York. También hablamos sobre vivir en otros países en 17 cosas que cambian para siempre cuando vives en otro país, A los acróbatas de la distancia, y Cómo preparar una mudanza a otro país.
Cuando nos bajamos del metro y puse los pies en Nueva York por primera vez, lo primero que me vino a la mente, sin filtros, fue que acababa de llegar a una ciudad horrible.
Gris, atronadora y abarrotada, para nada parecida a la Nueva York caótica pero celestial de las películas. Todavía nos quedaba un mes por delante, y al final del viaje ya teníamos nuestros rincones favoritos, nuestra cafetería donde desayunar pancakes y muy pocas ganas de marcharnos.
La segunda vez que aterrizamos en la ciudad, ya sabía que en unos meses nos mudaríamos, así que tuve la oportunidad de escudriñarla de todas las formas posibles, poniéndola a prueba. Me enamoró. Era primavera, paseé entre árboles en flor y suelos helados durante una semana y volví a casa cargada de ilusión.
La tercera vez (ya hace más de un año), nos bajamos del avión para quedarnos y empezar de cero. Y, aunque hoy me definiría como una expatriada muy feliz, es cierto: los comienzos nunca son fáciles.
Oda a los (malos) comienzos
Cuando escribí el artículo acerca de las cosas que cambian cuando te mudas a otro país, recibí muchos comentarios preguntando por qué solo mostraba la parte benevolente de emigrar. La respuesta más sencilla es que siempre hemos tenido la suerte incalculable de emigrar por voluntad propia; en busca de mejores oportunidades, sí, pero porque pudimos hacer balance y decidir.
Aun así, es cierto. Empezar de cero es emocionante, desafiante, y tiene muchas recompensas. Pero te arranca de cuajo de lo conocido, te planta en mitad de lo imprevisible y, por el camino, despierta sensaciones aterradoras a las que no estás acostumbrado.
Durante las primeras semanas en Nueva York, para mis adentros no dejaba de pensar que no sería capaz de vivir allí un tiempo largo. La fascinación por la ciudad, la idealización, se desvanecieron en pocas horas. En mis viajes anteriores, me había sentido como una neoyorquina; ahora me sentía una extraña en tierra hostil. Estaba agotada en todos los sentidos, y la aventura no había hecho más que empezar.
Las dificultades habían superado nuestras expectativas. Al principio, cualquier pequeñez se convierte en un mundo, y estoy segura de que podrías cambiar Nueva York por la ciudad que prefieras y los desafíos seguirían siendo los mismos.
Porque ser un recién llegado y amoldarte a un lugar que ya existía y seguirá existiendo cuando tú te marches es difícil; como intentar saltar y agarrarte a un tren en movimiento. Encontrar hogar, trabajo, adaptarte al clima, entrenar el oído al acento, aprender las convenciones sociales, sobrevivir a los trámites… Adoptar una nueva visión de todo. Un mundo.
Casi dos meses después de habernos mudado, tras haber estado viviendo en hogares compartidos de Airbnb, abrimos la puerta de un piso vacío y comenzamos a montar el primer mueble. Poder desayunar en casa fue un cambio increíble después de semanas de escribir en cafeterías, comer en supermercados y empezar a teclear este artículo una y otra vez, abandonándolo siempre porque aún no tenía final.
La sensación de desamparo siguió un tiempo más. Unos días después de haber llegado a Nueva York, yo también corría por las calles como si tuviera prisa por llegar a alguna parte y me evadía mentalmente sin rechistar en un metro tan abarrotado como una lata de sardinas. Comencé una lista con las cosas que me sorprendían de la ciudad, y luego la abandoné porque me adapté tan rápido que ya se volvieron normales. Nueva York te absorbe por completo y te hace olvidar quién eras un tiempo atrás.
Por una parte, ya formaba parte del caos y estaba entrenada en las rutinas neoyorquinas; por la otra, no dejaba de pensar en que no podría aguantarlo. La soledad, la sensación de no pertenecer aquí (que estoy segura de que muchos sienten en la jungla de asfalto, donde todos dejamos a un lado nuestras raíces), la masificación, la culpabilidad de vivir en una ciudad mitificada y verle los claroscuros, los interminables palos en las ruedas en los trámites básicos…
No sé en qué momento la balanza comenzó a inclinarse del otro lado. Desde el principio salí a dar muchos paseos, a tomar fotos de las cosas que me resultaban bonitas, a colarme en todas las calles, a fijarme en los restaurantes y cafeterías, las colecciones que van y vienen en los museos, a vagabundear en busca de rincones azarosos. Empecé a crear vínculos con la ciudad, a familiarizarme con lugares especiales.
Aprovechamos cualquier ocasión para escaparnos a otros lugares de Estados Unidos y olvidarla durante unos días. Retomé la lista de cosas sorprendentes y me propuse no dejarme arrastrar, no siempre, por el ritmo de la ciudad. Empezó una racha de situaciones increíbles que me tuvieron en vela por la noche, pensando si de verdad habían sucedido. Sí, solo Nueva York podría habérnoslas regalado, pero nunca hubiéramos podido recibirlas si no nos hubiéramos esforzado en saltar al tren en marcha que es la ciudad, en vez de esperar que ella se detuviera para nosotros.
Ha pasado un año, y ahora la alegría por poder vivir esta experiencia supera con creces cualquier contratiempo. Todavía tengo muy presente que Nueva York es una ciudad muy difícil. Pero ya no resulta tan hostil ni intimidatoria como antes; ahora es un lienzo donde pintamos una historia.
Aquel comienzo que nos puso a prueba en todos los sentidos fueron las semillas para todo lo bueno que tenía que venir. Y lo malo, que, por desgracia, no se evapora con el tiempo. Pero lo que sí que sucede con el tiempo, a medida que ganas confianza, es que te das cuenta de que la capacidad de gestionar la mayoría de contratiempos inevitables está en tus manos.
Aunque sigamos muy lejos de los nuestros, de los acróbatas de la distancia; aunque el invierno siga siendo inclemente, aunque el Nueva York de cupcakes y rascacielos del que me hablaban las webs que leía quede tan lejos de la ciudad sucia, loca, absorbente, desesperante y maravillosa en la que vivo.
Nueva York no ha cambiado, pero nuestra forma de vivirla, sí. Y hablo de esta ciudad porque ahora mismo es nuestro hogar, pero si tú hablaras de la tuya, estoy segura de que las sensaciones serían parecidas.
Más de un año después, le pongo punto y final a este artículo sabiendo que mereció la pena. Y es que comenzar es difícil, es cierto… pero sin comienzo no habría historia, ¿no?
Si vas a viajar a Nueva York y te apetece leer sobre la ciudad desde dentro, escribimos sobre nuestras experiencias en A Nueva York.
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Hola! Soy Jesssica, de Ecuador acabo de encontrar tu vlog (de hecho googleando cosas que pasan cuando te vas de tu país para ver si solo era yo u otras personas también se sienten igual) Al encontrar tu vlog y al leer todos tus entradas me sentí muy identificada, tanto así que hasta admito haber derramado una que otra lágrima sobretodo leyendo los artículos de “Oda a los (malos) comienzos” y “A los acróbatas de la distancia”.
Me sentí muy identificada con tu experiencia al mudarte a Nueva York. Hace 3 meses me mudé de mi país para vivir y estudiar en Londres y mi experiencia en un inicio ha sido muy similar a lo experimentado en Nueva York. Como lo describe el artículo, los comienzos nunca son fáciles. En estos meses he pasado por exactamente lo mismo, la soledad, la sensación de no pertenecer aquí, la culpabilidad de vivir en una ciudad mitificada en las películas. El clima juega un papel importante porque no hay día que no maldiga el invierno y el frío que hace.
Al igual que tú, espero pronto cambiar mi forma de vivir Londres y sentirme cada día más a gusto con el lugar que por ahora es mi hogar y poder disfrutar verdaderamente de Reino Unido.
Hola Angie, muchas gracias por contarnos tu experiencia! Lo que veo más difícil de irse a EEUU es el tema de los visados. Podrías hablar sobre qué visado tienes y cómo lo has conseguido? Tenías que conseguir un trabajo antes de llegar o lo conseguiste allí? Es posible con la visa de turista? Gracias!
Hola, Lo! Sí, como tú dices, hay que conseguir trabajo antes de venir para que la empresa te patrocine el visado (o estar trabajando en una empresa de otro país y que te trasladen allí). Venir como turista y buscar trabajo es ilegal. La otra opción es conseguir un visado de estudiante. ¡Saludos!
Hola! Me gustó mucho leer este artículo ya que me encuentro un poco perdida y se me pasó por la cabeza buscar por internet sobre el tema de dejar tu casa e irte a otro país. Hace unos dos meses que estoy en R.Dominicana y me salió un trabajo donde cabe la posibilidad de crecer y coger experiencia para luego poder regresar a casa. Pero en pocas palabras estoy cagaa…xq estoy lejísinos y tendría que estar un año sin ver a mi familia y amigos….pero esto me puede ayudar mucho en mi carrera profesional. Sé que debo quedarme pero me siento perdidilla….un comentario me iría bien para saber que pensais! Un saludo!!
Hola, Nuria! Es algo tan personal que no me atrevo a darte consejo. Pero, desde que vivimos en Nueva York y no podemos ir tan a menudo a casa, también me he dado cuenta de que un año pasa más rápido de lo que parece, y hoy en día gracias a Skype y demás nunca estamos tan lejos de nuestra familia… Decidas lo que decidas, mucha suerte, un abrazo!
Hola Angie, es cierto lo que dices acerca de mudarse a otra ciudad. A mí me pasa en Edimburgo, aunque supongo que New York es otra cosa por la vorágine en la que se vive.
¿Tuviste la misma sensación cuando se mudaron desde Barcelona hacia Edimburgo? Creo que más allá del cambio que implica una mudanza, tiene gran incidencia el ritmo de vida de New York, y cómo es la sociedad en sí, o sea si te ayuda a integrarte o si te ignora porque sos uno más en su jungla.
Yo digo siempre que el hombre como especie es un animal de costumbre, y a la larga si se siente mejor y está a gusto, se adapta y lo incorpora como una experiencia nueva y enriquecedora que lo hará crecer.
Un abrazo!
¡Hola, Marce! Seguro que influye mucho el hecho de que sea una ciudad tan trepidante, donde sientes que, o te adaptas rápido, o no te adaptas… Aunque la verdad es que sí, al llegar a Edimburgo me pasó algo parecido, aunque esa vez creo que el clima jugó un papel más importante… Pero, como bien dices, con el tiempo se convierte en una experiencia que no tiene precio. 🙂 ¡Un abrazo!